La vejez se consuela dando buenos consejos, dada su incapacidad para dar malos ejemplos.
La Rochefoucauld


El trato con adolescentes se caracteriza por la ambivalencia. Sorprende cómo en momentos puede ser gratamente fluido y luego, un rato después, se encuentra lleno de tropiezos y desacuerdos.

Para muchos de nosotros, los que nos dedicamos a la docencia, se trata del periodo más difícil en el crecimiento y desarrollo de las personas; aunque también es justo decir que suele ser, en contraparte, de los más placenteros y satisfactorios en la labor de formar.

La fama que socialmente se ha hecho de los jóvenes, es tan promisoria como siniestra. Impulsivos, volubles, irreflexivos, audaces, idealistas, soñadores, intolerantes, rígidos y rebeldes. De repente los adultos pensamos que sin nuestra guía, protección y cobijo estarían condenados al fracaso, al desastre y, según algunos, en un delirio fatalista, hasta a la decadencia. Cuántas veces no hemos escuchado frases mesiánicas —“maduras”, por supuesto— en las que se habla de la incapacidad que las personas de esa edad tendrían, ya no digamos para desempeñar un aceptable papel en la sociedad, sino siquiera para sobrevivir.

—“La juventud es una enfermedad que se cura con la edad.” O “De todas las bestias salvajes, un muchacho es la más difícil de manejar.”
Platón.

Al menos como muestra de ingenio rezongón, también hay frases que mantienen una postura contraria e igualmente legítima:

—“Apresúrate a cambiar el mundo, antes de que el mundo te cambie.” O “No confíes en nadie mayor de 30 años.”

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