Luego de rebasar los 70 años y haberse cuidado durante toda la vida, con una alimentación lo más adecuada posible y caminatas que la mantuvieran en forma, decidió que volvería a tomar el hábito de fumar, que por mucho tiempo había abandonado. En su lógica, si ya había vivido sin problemas durante tantos años, bien valía la pena darse lo que ella consideraba un placer. Sabía de los riesgos asociados al tabaco como el cáncer de pulmones, cardiopatías y accidentes vasculares; pero a esas alturas consideraba que el tiempo que le quedara por delante, querría vivirlo de la manera en que le diera su gana.

 

 

 

 

Siendo la única habitante de su casa —los hijos ya habían hecho su vida personal— y disponiendo de una pensión que le permitía lidiar con la cotidianidad sin sobresaltos, volvió a fumar. La oposición de los hijos fue creciendo en intensidad, hablando de su salud como argumento principal. La señora Raquel se mantuvo en las mismas y reclamó su derecho adulto para decidir por ella misma. Un par de años después, los hijos ya habían contratado a una persona que acompañara a su madre y se hiciera cargo de las economías de la casa. Con esto quedaba proscrita la compra de cigarrillos. La vigilancia estricta fue un hecho. No más cigarros. Cero tabaquismo.

 

Índice del texto: 1 2 3 4 5