Igual que los fumadores compulsivos, capaces de salir a las 3 de la mañana y recorrer 2000 kilómetros para conseguir una dotación de tabaco cuando han descubierto que no hay material para satisfacer el antojo, Raquel permanecía pacientemente en la reja de su casa, hasta que pasaba algún vecino o cualquier otro transeúnte que pudiera obsequiarle el ansiado cigarrillo. El ocio, la prohibición o la simple necesidad de nicotina la puso en la humillante situación de pedir a quien fuera. El cerco cuasi policiaco se estrechó. La prohibición ahora incluía la salida al zaguán.

 

 

 

La solución operativa más eficaz que encontraron los hijos de la señora Raquel fue internarla en una institución de asistencia para ancianos, donde de ninguna manera tendría oportunidad de fumar, y además sería cuidada en sus episodios de confusión, labor que antes desarrollaba la empleada en su propia casa. La señora Raquel fue salvada del tabaquismo.


¿Adecuado? Sin duda, desde el punto de vista médico. ¿No era capaz de decidir por sí misma? Tal vez sí, tal vez no: recordemos que sus funciones mentales ya comenzaban a fallar. Por otra parte, cabría reflexionar si quien tiene una adicción específica que vence su voluntad, tiene capacidad para decidir objetivamente sobre ella.

 

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