Las trampas que nos ponemos:

 

  • Los alimentos “light” o bajos en calorías. Este tipo de alimentos son cada vez más populares y han ganado mercado entre la gente que busca cuidar su peso. Aunque muchos de ellos, efectivamente, aportan menos calorías como es el caso de los refrescos que usan edulcorantes artificiales; otros en cambio sólo disminuyen parcialmente la cantidad de carbohidratos o grasas (como las mayonesas light, por ejemplo). En el primer caso, las sustancias químicas pueden dañar la salud de algunas personas; y en el segundo, se puede caer en la situación de comer más, pensando que se está libre de la posibilidad de aumentar de peso.
  • Tener a la vista los alimentos. Si la comida no está guardada, es más sencillo provocar el antojo aún cuando no se tenga hambre. Estando al paso, sin pensarlo siquiera, es fácil echar algo a la boca. ¿Por qué dejamos al alcance galletas, botanas y pastelillos y no zanahorias, pepinos, jícama o apios?
  • Comprar en exceso. Aunque no se trata de una verdad matemática, por lo general el consumo es directamente proporcional a las existencias. Si hay más de algo, suele comerse más. Hay personas que suelen estar en contra del desperdicio y prefieren comer lo que ha sobrado, en lugar que echarlo al bote de la basura. Engullir lo que no se necesita es otra forma de desperdicio, pero con el agravante de que nos lo echamos a cuestas

 

Como ve, al menos en teoría, bajar de peso y reducir el volumen de nuestro cuerpo sería... pan comido. Lo único requerido es mucha constancia y también paciencia. Ah, y algo más como recomendación final: ¡No negociar ni darse un premio! Pensar que uno merece un panqué, un helado o una jugosa hamburguesa con tocino, luego de una semana impecable, será echar por la borda lo antes realizado. Ya habrá tiempo, cuando estemos como varitas de nardo, de darse un gusto de cuando en cuando.

 

 

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