Los primeros indicios

Luego de nacer, en cuanto Prometeo abrió los ojos, el señor Fernández (su padre) pudo detectar en ellos una chispa inequívoca de inteligencia. Una conexión casi mágica en la que el padre primerizo “supo” que el vástago le había reconocido como progenitor. Vaya sorpresa, ya que la mayoría de los niños, a tan temprana edad, permanecían dormidos la mayor parte del tiempo y eran incapaces de identificar a las personas.

.....Lo cierto es que Prometeo tampoco había distinguido a su padre, y era la sorpresa del nacimiento —así como la novedad de los estímulos— lo que le hizo mantener los ojos extremadamente abiertos durante algunos instantes. Pasado el momento coyuntural, supo comportarse como el resto de los bebés.

.....Durante los meses siguientes, papá y mamá hicieron lo posible por enseñarle a caminar y hablar. Por supuesto: cada éxito del niño motivaba a los padres para continuar con nuevas cosas.

.....“¡Este niño es una auténtica máquina de aprendizaje!”, afirmaba la madre.
“¡Sacó lo mejor de la familia!”, confirmaba el padre.

.....Es prudente señalar que Prometeo dijo “mamá” y “papá” a la misma edad aproximada en que lo hace el resto de los menores, también dio sus primeros pasos dentro del periodo que los libros señalan como frecuente.

.....Entonces: ¿cuál era la diferencia con el resto de la infantil humanidad?

.....En realidad ninguna; pero por ser Prometeo su hijo y por quererlo con gran intensidad, prestaban mayor atención a sus logros que al resto de bebés de su edad.

.....Con la misma mecánica de atención, juego e interacción con los progenitores, fue que el jovencito Fernández aprendió los colores, los números e incluso las primeras letras.

.....Para el matrimonio, la destacada inteligencia y el talento intelectual de su pequeño eran una verdad incontrovertible. Aunque cegados por el filial amor, no podían percatarse de que las mismas aptitudes se encontraban también en cualquier otra niña o niño de su misma edad.