Hacerlo es un acto de generosidad natural

De la misma manera en que uno a veces debe tragarse el orgullo para pedir el apoyo de gente a la que quizá ve poco o incluso mantiene a distancia, es de lo más reconfortante cuando las personas se enteran y acuden sin siquiera tener necesidad de externar la solicitud. Puras redes solidarias en las que el donador no pierde nada ni ve mermada la propia salud, sino que ha hecho de la donación sanguínea una parte de su educación.

            ¿Suena idílico o utópico? Pues no. Ocurre cuando se ha convertido en práctica normal, aunque no sea tan frecuente. Si usted mismo ha regalado sangre y en su casa estuvieron al tanto, buenas noticias: ofreció una enseñanza invaluable de solidaridad. Dejó el elogio a los que sí participan y se convirtió en uno más de los protagonistas.

            Quizá le parezca algo nimio, pero ya sembró el germen del altruismo entre hijos, hermanos y demás. Contribuyó a atemperar los temores que, sin duda, estarán presentes en esas personas cuando enfrenten su primera experiencia de obsequio. Esos futuros donadores habrán aprendido de usted que es algo normal y no un acto de heroico sacrificio o de forzado compromiso.

            Regresando al principio: más tarde o más temprano, usted requerirá —para sí mismo o para alguien cercano a sus afectos— de la sangre donada por otros. Más fácil será conseguirla si usted mismo ha mostrado su disposición para contribuir, y con ello ha educado a los que le rodean.

            ¿No ha donado todavía y tiene condiciones para hacerlo? Eso es fácil de solucionar: la próxima vez que alguien se lo pida, resista a la tentación de inventar un pretexto o dar una negativa. Es una inversión en salud pero, sobre todo, en humanidad.

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