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Ramón Cordero G.


 

Pese al frío y un fuerte viento, la fiesta había sido realmente divertida. Baile muy animado, plática amena, deliciosa comida y el ambiente cordial, hicieron que el festejo se prolongara hasta las primeras horas de la madrugada. Saúl lo había pasado de maravilla y por ello pensó que la afonía con la que despertó a la mañana siguiente, era un costo menor que bien valía su precio. Sí, se había enfriado durante la noche y ni siquiera el bailar hasta sudar: había sido suficiente para entrar realmente en calor.

Sentir la garganta inflamada y no poder emitir normalmente su voz, fue sólo el inicio. Al llegar la tarde de ese día la tos lo tenía fastidiado. Una cosa es no poder hablar con normalidad, pero los accesos incontenibles y violentos de tos le provocaban dolor en el pecho y el abdomen. Algo había que hacer con ello. Lo fácil, lo sencillo, era recurrir al viejo remedio de la infancia, un té caliente con miel de abeja y jugo de limón.

Al segundo día había quedado demostrado que el té resultó ineficaz. No sólo no había parado la tos, sino que ahora sentía algo de fiebre. Muy poca, pero suficiente como para que su malestar fuera visible. Minimizando sus molestias Saúl decidió asistir al trabajo. Nunca antes un catarro o una gripe lo habían dejado en casa o en cama. El joven pensó que era afortunado en tener tantos amigos y tantos consejos de ellos para poner punto final a su enfermedad.

 

 

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