Era de no creerse: lo que supuestamente había iniciado como un simple catarro, le tenía ahora postrado en cama con seis kilogramos menos y alternando breves periodos de conciencia en un pesadísimo letargo. ¿Sería momento de acudir con un médico? Esta decisión ya no la tomó Saúl, pues apenas podía mantenerse despierto. Sus familiares se hicieron cargo de llevarlo a consulta, alarmados por el deterioro del joven.

El médico estaba indignado por el descuido con que había sido tratada la enfermedad. Luego de levantar la historia clínica y hacer la más cuidadosa exploración, el profesional llegó a varias conclusiones:

El problema inicial de Saúl había sido una simple faringitis que, con el tratamiento apropiado, habría quedado atrás en cuatro o cinco días sin alterar mayormente su vida. Los remedios caseros y el retraso en la atención, habían hecho que la infección llegara a otras partes del aparato respiratorio. La bronquitis desarrollada era la causante de un incremento en la temperatura corporal y de esa tos interminable que ya no le proporcionaba alivio. Con los antibióticos recetados sin mayor fundamento, lo único que se había logrado era el establecimiento de una infección en los pulmones, con el agravante de que ya se trataba de microorganismos resistentes que no cederían fácilmente a un tratamiento convencional.

 

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