Texto: Ramón Cordero Diseño: Catherine Zúñiga
Durante
siglos y siglos los roles para hombres y mujeres no cambiaron sustancialmente.
Desde la prehistoria, las mismas condiciones de sobrevivencia obligaron
a cada uno de los géneros a asumir funciones muy claras para garantizar
que la especie humana lograra ser lo que ahora es. Paradójicamente,
esos roles, que de alguna forma tanto nos ayudaron, ahora son el lastre
para continuar con nuestro desarrollo y evolución (evolución
en un sentido social).
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Había
una razón
De
manera instintiva hombres y mujeres se desempeñaban, actuaban y
trabajaban para lograr la permanencia sobre el planeta. Duras condiciones
aquellas en las que cualquier especie, si era incapaz de adaptarse al medio
y a la competencia, inexorablemente se condenaba a desaparecer.
.....En
la prehistoria las probabilidades de llegar a la edad adulta eran más
bien escasas, y la vejez no era precisamente un don ni para el individuo
ni para el grupo. Aquel o aquella que no aportaba algo al clan, en contraparte,
se convertía en una carga y por tanto indeseable. Quizá las
dos batallas más apremiantes y cotidianas eran la reproducción
y la búsqueda de alimento.
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..Imaginemos
aquellos tiempos en que no había vacunas, medicinas o procedimientos
de higienización. Las prácticas médicas apenas estaban
surgiendo cuando el hombre comienza a sistematizar el conocimiento sobre
los efectos de plantas y sustancias que se encontraban en el medio. La
propia limitante de una perspectiva de vida reducida y un lenguaje inexistente
o apenas incipiente, disminuían también las posibilidades
de transmitir y acumular conocimiento a este respecto.
.....Si
pensamos que un recién nacido tenía menos del 50 % de posibilidades
de llegar a la pubertad y sustituir así a sus progenitores en la
cadena reproductiva, las mujeres debían pasar prácticamente
toda su vida fértil -bastante corta por cierto- en un continuo embarazo
sólo interrumpido por partos y lactancias. Quizá debía
tener 5 o 6 hijos, para lograr que sólo uno o dos llegaran a la
edad adulta. No había tiempo ni fuerza biológica para más,
ya que ser madre durante la prehistoria en la actualidad sería considerado
como actividad de alto riesgo.
.....Con
poco que hacer en caso de dificultades durante el parto, con una alimentación
irregular y limitada por los cambios estacionales, con una pérdida
sucesiva de nutrientes en lactancias agotadoras y con un trabajo que requería
de gastos energéticos descomunales, "afortunada" podía sentirse
aquella que llegaba a los 30 o 35 años.
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