En
México, casi una centuria separa a la actual campaña
contra el sida y aquélla que contra la sífilis comenzó
en 1908. Ambas han planteado contradicciones semejantes entre los
derechos individuales a la intimidad, la autonomía, la dignidad
y la integridad, por un lado, y el derecho a la salud, por el otro.
Similares han sido también las reacciones despertadas en grupos
e instituciones.
Como enfermedades
mortales (la sífilis lo era entonces) que se propagan en
el ámbito de las relaciones íntimas, han implicado
problemas éticos y legales, y hecho surgir interrogantes
sobre la función apropiada del Estado, las instituciones
sociales, la profesión médica, la familia y el individuo,
en materia de salud pública.
Los
atacados por la sífilis hace un siglo eran blanco de oposición
irracional proveniente del temor a la infección por el
Treponema pallidum -como hoy lo son los enfermos de sida
por el horror al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Pero
las antipatías hacia esos enfermos estaban a su vez ligadas
a la hostilidad a las prostitutas, como en el caso del sida lo
están al rechazo a las prostitutas, los homosexuales y
los drogadictos.
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Aunque el principal modo
de transmisión en ambas enfermedades es el contacto directo
durante las relaciones sexuales, tanto la sífilis como el sida
pueden transmitirse por medio extravenéreos; entre otros, la
herencia y algunas intervenciones médicas. Existen en todo
el mundo casos de sida por transfusiones sanguíneas, del mismo
modo que hace 100 años existían casos de sífilis
vacunal, ya que la vacunación antivariolosa se hacía
de brazo a brazo. La discriminación se ha extendido también
a ellos.
* Letra
S. Suplemento Mensual. La Jornada. Número 15. Octubre 2 de
1997. Pág. 8.
** Historiadora, profesora de la Facultad de
Medicina, UNAM.
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