La sífilis
estuvo relacionada con la colonización española en América,
al igual que el sida lo está con la presencia imperialista
de Europa en África. Como en todas las epidemias, se han buscado
culpables, ya sean nacionales, o grupos étnicos o sexuales.
Los peninsulares llamaban a la sífilis "mal de la isla
Española", los franceses "mal napolitano" y
los napolitanos "mal francés"; los africanos culpan
de la epidemia de sida a los europeos, la derecha francesa a los inmigrantes
árabes. Estados Unidos a los haitianos y a los homosexuales...
Y es que -como señalan Bayer y Gostin-, las épocas de
epidemias son también periodos de tensión social, en
que los temores exacerban las divisiones ya existentes.
Hoy
como ayer, la discriminación se manifiesta expulsando a
los niños de las escuelas y a los hombres del trabajo,
con reclusión forzada o negación de tratamiento
apropiado. Pero esta discriminación además de ser
objetable desde el punto de vista de la ética, puede ser
contraproducente para la salud pública. Desde el siglo
pasado, las mujeres dedicadas a la prostitución trataban
de evadir la Inspección Sanitaria que, en caso de que tuvieran
sífilis, autorizaban a "secuestrarlas" y a tenerlas
presas en el Hospital Morelos hasta su eventual curación.
Hoy, los temores a la discriminación desaniman a muchas
personas a cooperar con programas de salud pública o de
tratamiento de las enfermedades de transmisión sexual y
la farmacodependencia.
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El dermatólogo
Jesús González Ureña fue el primero en hacer un
llamado a luchar contra la sífilis. Proponía instruir
a los jóvenes de ambos sexos desde los 14 años. "Hoy
-decía en 1907- nadie piensa ya, entre los verdaderos educadores,
en infundir el santo temor jesuítico de nuestros abuelos, a todo
lo que se refiere a las cuestiones sexuales, más vale dar a conocer,
con discreción, el peligro, que dejar a los inexpertos caer en
él, vendados, ciegos, por respeto a un falso pudor".
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