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El derecho a celebrar
Conste que la crítica no está en ese involucrarse
en el festejo y dar salida a la alegría. Bastante menos hospitalario
sería este mundo si por fuerza tuviéramos que mantener
la formalidad, la seriedad y la mesura por siempre. De
hecho, hasta deseable es que aprovechemos alguna época del
año para fortalecer nuestros vínculos afectivos, convivir
y hacer buenos propósitos, aun cuando éstos finalmente
no encuentren el debido cumplimiento.
Incluso el consumismo desenfrenado tiene sus ventajas,
ya que a pesar de la irracionalidad con que a veces llegamos a comportarnos,
de alguna forma fomentamos la actividad productiva y participamos
en eso que los economistas llaman “redistribución del
ingreso”. Sí, las grandes cadenas comerciales se llevan
la porción del león, pero también los artesanos
y amas de casa reciben su parte, luego de comercializar pequeños
regalos, galletas y adornos que fueron elaborados con anticipación
y para los que se encontró un cliente a mano, dispuesto a
masacrar
su aguinaldo.
Vaya, inclusive algunos desempleados logran colocarse
en un trabajo eventual para satisfacer la necesidad de servicio
impuesta por la ajetreada temporada. Breve respiro para los que
se han visto obligados a vivir en el ocio involuntario y sin encontrar
a nadie dispuesto a ser el mecenas de la inactividad.
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