¿Quién puede ir a la quiebra?

Caramba, sólo es cuestión de analizar con algo de objetividad. Sólo póngase a pensar en la cantidad de casas de apuesta que tienen que declararse en bancarrota cada año. ¿Sabe cuántas? Ninguna, a menos que falte la clientela suficiente para juntar el dinero que alcance para pagar renta, los salarios de empleados y el mantenimiento del equipo. En todo caso no habrá quiebra, sólo dejará de ser atractivo el negocio y el capital se usará para ingresar a otra actividad más productiva.

            Ahora imagine cuánta gente pierde hasta la camisa o por lo menos termina la jornada lúdica con la cartera más ligera.

            Suena a timo y, sin embargo, no hay tal. Lo sería si las reglas quedaran ocultas o cambiaran arbitrariamente, lo cual no ocurre. Cualquier aficionado medianamente avezado está —o debiera estarlo— al tanto del riesgo que corre y las oportunidades con las que en realidad cuenta. Estas empresas ni siquiera tienen que recurrir a la trampa, son los usuarios quienes deciden bailotear en la cuerda floja.

            Tal vez no sean caudales lo que cedemos a las cuentas bancarias de los negocios, pero tampoco son extraños los casos de personas que dejan ahí el dinero para el gasto semanal de la casa, el ahorro o el capital que habrían destinado para algo de más beneficio familiar.