Cada pez tiene su carnada

Hay personas que desarrollan un tipo de adicción hacia la apuesta, muy parecido a lo que sucede con el tabaco o el alcohol. Esta clientela ni siquiera merece tanta atención por parte de los promotores de los juegos de azar, ya que continuarán acudiendo y participando sin importar gran cosa las condiciones en que lo harán, su disponibilidad de efectivo o las oportunidades de lograr beneficios.

            La buena pesca se da entre los visitantes poco frecuentes, a quienes es necesario ofrecer un buen señuelo para que desarrollen su adicción, o bien para que regresen con cierta frecuencia. Los premios son uno de los mejores cebos. Cuando crece el alboroto porque alguien obtuvo dinero, es inevitable pensar que uno podría ser el siguiente ganador. Se mira como algo posible y aquello de las probabilidades pasa a segundo término.

            Testificar el triunfo nos estimula a pensar que también podríamos obtenerlo. La alerta de las máquinas tragamonedas tiene una intencionalidad: cuando suelta su cascada de efectivo, establecer un reflejo condicionado que nos haga asociar el juego con el logro. Si no, cómo explicar que nada avise cuando alguien se retira por falta de fondos.

            Otro de los ardides tiene que ver con el ambiente circundante. Ir a Las Vegas, para ejemplificar, es relativamente fácil y económico. El hospedaje, la alimentación y los espectáculos resultan accesibles. Eso tiene una explicación y consiste en que ahí no está el auténtico negocio. Lo primero es atraer a los peces, que ya luego el crupier se hará cargo de la abundante pesca de motivados apostadores.