La mañana siguiente llegaron con mucha antelación. La situación no era para menos. Juanito ya había dado algunos sustos durante el preescolar y los García no querían más problemas. Suficiente había sido con aquellas experiencias como cuando el niño se había comido media caja de crayolas sin convidar a nadie, o aquella vez en que convirtió los orificios de su nariz en campo de cultivo para semillas de frijol.

En fin: luego de una "breve" espera de cuatro horas, finalmente entraron a la dirección de la escuela. No porque hubiera habido retraso, ya que la cita era justo a las 12 del día. Ah, pero qué mala consejera suele ser la ociosa espera. Durante ese tiempo, papá y mamá García se habían dedicado a maquinar e imaginar cuál o cuáles habían sido los posibles estropicios, así que cuando pasaron a la sala prácticamente estaban al borde de un ataque nervioso y ambos furiosos contra el niño.

 

Pues nada... a ciencia cierta, no había un problema en particular; sólo que durante las últimas semanas la maestra Lupita había detectado cierta distracción en Juan. Nada irremediable, pero sí algo en lo que había que poner cuidado porque comenzaba a tener efectos adversos. En resumen: Juanito no ponía atención a las clases, se distraía con facilidad, molestaba a otros compañeros, le era imposible concentrarse en las indicaciones, y tanto sus trabajos como sus tareas mostraban descuido e improvisación. En lugar de hacer la tarea en casa, el niño la preparaba en el rato que transcurría desde que lo dejaban en la escuela y hasta antes de la hora de entrar a los salones.

 

 

 

-No se alarmen -comentó la maestra-, pero puede tratarse de un problema de aprendizaje. Recomiendo que un especialista le haga una valoración profesional, sólo para descartar.


 

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