Los García salieron indignados.
 

-Cómo que "creo que es un problema de aprendizaje". Si es maestra debe saber, estar segura. Además, cómo es que mi "terroncito de azúcar" va a ser un enfermo mental -se quejaba la señora.

Don García, de inmediato a la defensiva, simplemente comentaba:

-Yo no lo creo, mujer. En mi familia nunca ha habido nadie con problemas; en otras familias no sé, pero en la mía jamás. Lo curioso es que aun cuando se preocupaban, los padres de Juanito no terminaban de decidir si asistir o no con un especialista. Raramente, preferían eso que algunos llaman "la tranquilidad que da la ignorancia". Aunque una tranquilidad muy pero muy relativa, ya que en cada gesto, en cada palabra y en cada reacción del niño, intentaban encontrar algún síntoma fatal.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 

Día a día Juanito iba aprendiendo a sentir lo mismo que debe experimentar una rata blanca de laboratorio que está siendo minuciosa y detalladamente observada. A ratos, ya nada más para divertirse a costillas de sus padres, hacía algún gesto desusado como levantar con rapidez ambos brazos o poner los ojos en blanco, tan sólo para ver el gesto de terror en los rostros paternos.

 
 

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