Por supuesto que un padre o una madre angustiados no pueden guardar silencio. Bastaba con que alguien hablara de lo raro que está el clima o del precio que han alcanzado las zanahorias, para que alguno de los García comenzara con sus cuitas:

-A propósito de las zanahorias, fíjese que nos llamaron de la escuela porque Juan está teniendo problemas: con decirle que hasta al psicólogo lo quieren mandar.

Y así como no hay padre preocupado que pueda resistir el silencio, tampoco hay vecinos o parientes que no se sientan expertos en la materia. Doña Pompeya, la vecina, manifestó su opinión de matrona sapientísima en problemas educativos. Experta porque en sus buenos tiempos había tenido nueve hijos, todos unos vagos redomados, pero al fin nueve; así que, desde su perspectiva, no había nadie más autorizado para ofrecer una solución.

-No se preocupe, vecina -decía Doña Pompeya-: eso no es otra cosa que malcriadez. Mire que yo sé de eso y se corrige de la manera más sencilla. Una buena tanda de soplamocos y asunto terminado, que se lo digo yo.

 

El tío José, jubilado desde tiempos inmemoriales y aficionado incondicional de los programas matutinos de la televisión, fue categórico:

-Eso yo lo vi en el programa de la semana pasada. Siento decirlo, pero mi pobre sobrino nieto, mi querido Juanito padece... (y aquí hizo una pausa para enjugar una lágrima que llenara de solemnidad y dramatismo el momento, tal cual lo hacen en esos programas que tanto le gustan) padece el Síndrome de Déficit de Atención.

Todavía se lanzó la puntada de advertir:

-Veo venir largas e infructuosas terapias; la vida ya no será la misma para ninguno de nosotros, menos aún para Juanito.

La comadre Martha recordó el caso de su hermano, que había sufrido un problema de sordera después de un cuadro gripal de "santo y muy señor mío". Perdido el oído había también abandonado la escuela, al no poderse adaptar y nunca más adelantar en sus estudios. Claro que la comadre no aclaró que su hermano se preparaba para ser afinador de pianos y en sus tiempos era bastante más sencillo cambiar de ocupación que recuperar la audición.

Así así, nada más en las pláticas ocasionales y sin mucho buscarle, ya tenían tres diagnósticos posibles y ninguna solución: sordera, berrinches de la mala crianza y déficit de atención. Pero, por si esto fuera poco, seguía la avalancha de consejos y explicaciones.

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