Para aclarar por qué este trabajo se interesa en la indagación
de las significaciones, valores y creencias de la sexualidad es necesario
que hagamos algunas precisiones. En primer término, pensamos
que si bien la sexualidad está sostenida en la maternidad corporal,
su expresión rebasa por mucho este ámbito. Es decir, que
reconociendo la existencia de una capacidad física que emana
de la corporeidad y que se manifiesta mediante prácticas, actividades
y acciones en las que interviene el cuerpo, las formas de expresión
colectivas e individuales, particulares y singulares de la sexualidad
se despegan del origen biológico. Es decir, que la sexualidad
se trama y constituye con la participación de presupuestos culturales
y sociales, prácticas e instituciones con las que cobra sentidos
específicos, y desde los cuales se organiza y regula. Desde esta
perspectiva la sexualidad no obedece ni es la manifestación de
un impulso biológico y natural (Weeks, 1991); tampoco se restringe
a formas universales y generalizables de expresión. Por el contrario,
entendemos la sexualidad como un entramado diverso y particular de prácticas,
acciones, técnicas, placeres, y deseos en los que interviene
el cuerpo, pero también una serie de argumentaciones, discursos,
premisas, significaciones que connotan las acciones de los individuos,
califican sus deseos, orientan sus tendencias y restringen sus elecciones
placenteras o amorosas.
Al entender la sexualidad o las sexualidades como modalidades de expresión
cultural, no es inconsecuente imaginar que participan y se constituyen
dentro de los procesos simbólicos, entre ellos el lenguaje. Al
aceptar que la sexualidad está configurada dentro de este universo
-reconocido como el soporte fundante de la cultura (Geertz, 1991)- es
fácil comprender que las significaciones, los valores, y los
sentidos adscritos a la misma, estén imbricados en las autopercepciones
de los individuos, en su ser sexual, en sus atribuciones, en sus identidades
sexuales, es decir, aparecen constituyendo a los sujetos de sexualidad.
A partir de estas consideraciones, es necesario indagar sobre las significaciones,
valores y creencias de la sexualidad, pues el montaje de las prácticas
sexuales, de las elecciones y decisiones, de las posibilidades de negociar
frente a la pareja y de exigir una serie de respuestas que atiendan
las demandas de salud sexual y reproductiva de las mujeres, está
sostenida en gran medida en estas construcciones. Tales creaciones y
producciones de sentido adquieren una eficacia tanto o más poderosa
que algunos efectos logrados por el mundo de la materialidad. Son estrategias
que regulan y administran con gran eficiencia el tipo de prácticas
prescritas y proscritas (en este caso de orden sexual) para una cultura
en particular. Así se crean, en buena medida, los modelos sexuales
paradigmáticos frente a los cuales hay que medir nuestros atributos
y cualidades, nuestros deseos y placeres, nuestras prácticas
y acciones, tornándose parte de nuestra identidad y subjetividad
(Foucault, 1978, 1981, 1986, 1990; Weeks, 1993).