En los relatos de las madres se evidencia que con el cumplimiento de la maternidad se facilitan algunos cambios en la percepción de la sexualidad, que es distinta a la de las abuelas, y sus vidas transcurren en medio de importantes transformaciones en la sociedad. A lo largo del ciclo de vida de esta señoras se imponen cambios sociales sustanciales respecto a los cambios demográficos y la posibilidad del control natal. Las familias flexibilizan sus fronteras y se abren a los intercambios y mensajes sociales. Asimismo, la Iglesia reformula el carácter de alguna de sus instituciones, como el mismo débito conyugal, y se identifican procesos de laicización de los propios preceptos eclesiales en torno a las relaciones conyugales. En conjunto con lo anterior se facilita la introducción de información médica especializada y por último, existe anuencia y necesidad de intercambio informativo entre esta generación y su sucesora.

Tanto las mujeres de clases acomodadas como las de niveles populares indican que la asociación dominante respecto a la sexualidad seguía siendo el pecado o algo "malo" que se tenía que evitar. Al igual que entre las abuelas, la "sabiduría" era inaceptable y el secreto se justificaba y sostenía en la ética moral religiosa. Sin embargo, aquí la curiosidad no se niega de manera tan tajante, y la posibilidad de pensar en la sexualidad empieza a ser existente en estas mujeres. Algunas aceptan el deseo de saber asuntos atinentes a la reproducción y el nacimiento de los niños. Sin embargo, en sus comentarios se desliza la culpa por los intentos de indagar y el peso moral que ellos conllevaban.

En torno al cuerpo, todas estas mujeres niegan, en general, las sensaciones y curiosidad corporal en la infancia, así como el despertar de la pubertad. Pero a la imagen disociada de un cuerpo inmaculado o satanizado agregan la perspectiva del cuerpo "natural", producto, también, de los designios de Dios. La evocación de la naturalidad biológica induce a una supuesta displicencia ante la aceptación de una maternidad que nos acompaña y de la que no podemos renegar. En esta generación, a pesar de la ignorancia sobre la sexualidad conyugal y el peso del débito, los relatos de las madres mencionan con más énfasis el gusto por las relaciones sexuales. Al parecer, hay indicios de ser más proclives a la aceptación del encuentro sexual que a su rechazo, y al intento de buscar opciones para disfrutar más allá de la esfera exclusivamente amorosa.

Es interesante mencionar que aquellas mujeres (tres de distintos estratos sociales) que por motivos de muerte o salud de los maridos tuvieron que suspender tempranamente las relaciones sexuales mencionan que extrañan intensamente los intercambios y refieren la experiencia coital como necesaria para su salud y bienestar.

Sin embargo, sus descripciones inducen a pensar que los encuentros estaban regidos por la costumbre de la sexualidad reproductiva y por la inducción masculina que se centraba en la genitalidad. Aparece, también, la desconfianza hacia el marido cuando propone distintas prácticas sexuales que no coinciden con sus costumbres y tradiciones. La diversidad de posiciones y caricias se asocia al ámbito prohibido de la prostitución, la infidelidad y la indecencia. La sexualidad marital mantiene una reglamentación ligada a la reproducción y a la familia.

Ahora bien, estas mujeres destacan claramente otras consideraciones distintas de las morales que intervenían en contra de la emergencia de su deseo y la satisfacción de su excitación. Mencionan como un hecho reiterado la preocupación por los embarazos y, dadas las nuevas formas de vida familiar, las dificultades con la pareja, las condiciones económicas y el peso de la crianza. Señalan que la preocupación por tener nuevos embarazos muchas veces las hacía renunciar a los encuentros y a la satisfacción corporal. El peso de la decisión de la fecundidad recaía en manos de las madres, contrariamente a lo sucedido con las abuelas. Las pocas opciones de anticonceptivos y la prohibición de los mismos dificultaban la espontaneidad de los encuentros. Varias mencionan como una opción, el ritmo, medida que no era respetada por los maridos y que además no tenía ninguna seguridad. Por otro lado, la práctica del coito interrumpido generaba en alguna de ellas tensiones y disminuía su satisfacción, a pesar de la mención a "acostumbrarse" a esta práctica.

Por último, permanece en estas mujeres la posibilidad de que demuestren su deseo y soliciten su satisfacción al cónyuge. Consideran inapropiado y una falta de dignidad el que la mujer abra tan explícitamente la asunción de su deseo. El orgullo femenino y su poder están constituidos por el dominio de su cuerpo y sus sensaciones. No sólo aparece la imagen de la mujer asexuada que deniega sus impulsos bajo un manto de pureza, como las abuelas, sino una cualidad de control y fortaleza frente a la animalidad masculina.

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