En
la generación de las hijas es donde se observan los cambios más
acelerados. Ellas han vivido dentro de un panorama social más
complejo en el que coexisten una serie de tendencias diversas y contradictorias.
Es así que aunque sus primeras experiencias en familia están
ligadas a costumbres tradicionales, algunas decisiones tomadas durante
su juventud y adultez se alejan de tales experiencias. Vemos por un
lado que la organización de su familia de origen transcurrió
dentro de una visión apegada a la institución matrimonial
y su indisolubilidad. Sin embargo, cinco de estas siete mujeres tuvieron
relaciones sexuales antes del matrimonio y de las cinco casadas, dos
disolvieron sus vínculos.
Estas
entrevistadas mencionan que el peso de la religión se ha atenuado
en su vida y que muchas de sus percepciones y referencias en torno a
la sexualidad son atribuidas básicamente a visiones familiares
o personales que procuran su beneficio y se ocupan del cuidado de su
persona. Transgredir las reglas morales no es poner en cuestión
su lugar frente a la vigilancia eclesiástica y religiosa, o la
defensa del honor de la familia, como ocurría en el caso de las
abuelas y las madres. Si las hijas se preocupan del cuidado de su imagen
es a partir de la apreciación que las madres hacen de ellas.
Es
posible que esta disminución en el peso de la vigilancia social
respecto a sus conductas esté ligado a diversas condiciones entre
las que se enumeran las siguientes:
Por
un lado, es notable en esta generación el avance en su instrucción
escolar, ya que cuatro de sus integrantes se incorporan a estudios superiores.
Por otro, todas ellas han ingresado de una u otra forma al mercado de
trabajo y sólo dos lo han hecho temporalmente. Además
debemos considerar el llamado proceso de atomización social en
el cual esta generación se ve inserta, con la consecuente independencia
de los vínculos comunitarios y una percepción de sujeto
individual desligado del ámbito colectivo. Todo ello es resultado
del proceso de modernización y del impacto del capitalismo. Por
último, cuando hablan de las distintas instancias sociales en
las cuales participan, tales como trabajo, amistades, espectáculos,
medios, deporte, salud, etc., ponen de relieve la existencia de un sistema
de vida en donde la tríada institucional que regía la
vida de sus antecesoras -religión, escuela y familia- ha dejado
de operar con la misma fuerza y eficacia que antaño.
Por
otra parte y con relación a la familia, estas mujeres marcan
un cambio significativo en los vínculos familiares y una nueva
posición de la figura femenina. Esta generación habla
de la ausencia paterna ya sea por motivos de trabajo, salud, adicciones,
concubinatos y hasta la muerte, y coinciden en que la madre es quien
dirige prácticamente la organización del hogar y la educación
de los hijos. En tres de los siete casos, sus madres fueron jefas de
hogar y fueron las fuentes de mayores aportaciones económicas,
dada la incapacidad o ausencia paterna.
Si
bien algunas de las hijas relatan una relación paterno-filial
autoritaria, en la que se emplea incluso la fuerza física, emerge
otra imagen de autoridad moral menos ligada a la coerción y al
autoritarismo extremo de las otras generaciones. En cinco de las siete
hijas, esta forma de autoridad está centrada en la madre y se
deriva específicamente del reconocimiento de un maternaje muy
cercano y eficaz o del monto del sacrificio y sufrimiento que se requiere
para llevar a cabo estas tareas: ser jefas de familia o impulsar el
desarrollo de sus hijos, a veces en contra de los propios maridos. Dada
esta posición y función de sus madres, las hijas mencionan
el cambio dentro de las relaciones familiares como una correlación
de fuerzas más balanceada entre los cónyuges y en ocasiones
hablan de una asimetría contraria a las funciones tradicionales
parentales y conyugales. Algunas de estas entrevistadas mencionan que
son sus madres las que imponen los estilos en la relación familiar.
No sólo negocian y acuerdan con los maridos, sino que ahora claramente
disienten y se resisten a las modalidades de gestión masculina,
aun frente a los hijos. No es casual que en boca de alguna de ellas
se califique el vínculo conyugal y familiar como un matriarcado.
El
discurso de las hijas expresa la complejidad social de nuestra modernidad,
en el que se refleja el impacto de los medios de comunicación
y en el que los avances tecnológicos se aprecian de manera significativa.