En
la segunda generación permanece una serie de valores apuntalados
en familias constituidas bajo los mismos preceptos rígidos y
autoritarios de las jerarquías parentales. Los cortejos amorosos
continúan severamente ritualizados y controlados por los padres
y persiste la vigilancia social, como en el caso de las abuelas. Se
preservan los matrimonios organizados dentro de los preceptos paternos
y religiosos, con una tajante división de las tareas entre los
géneros. Es importante mencionar que si bien las mujeres de esta
generación aceptan que sus vínculos conyugales no resultaron
lo esperado y deseable, sólo una de ellas asumió sus conflictos
y rompió la relación después de 28 años
de matrimonio.
Estas
mujeres también relatan las experiencias de su niñez en
familias de corte autoritario y con alta fecundidad. Sin embargo, el
autoritarismo parental no prevenía directamente del padre, sino
de la madre, quien lo imponía con eficacia debido a la frecuencia
del alejamiento del padre de la organización y control familiares
y mencionan que la presencia paterna en el hogar se había diluido
al relegar en la madre la atención del desarrollo de su prole.
Sólo en los dos ejemplos de madres de menores recursos, el dominio
y la presencia paterna continuaban.
Aunque
se encuentra una cierta continuidad entre estas dos generaciones respecto
a los valores familiares y de género, también se observan
algunos cambios. Éstos se pueden vincular con la irrupción
del proceso de industrialización en el país, la urbanización
creciente, las migraciones rural-urbanas, la penetración de modelos
culturales extranjeros, los avances tecnológicos como la radio,
el teléfono y la televisión y los inicios de la anticoncepción.
Esta generación desarrolló otras formas de negociación
frente a los maridos y regulaba las interacciones familiares de otra
manera.
En
buena medida, la fragmentación arbitraria y ficticia entre lo
público y lo privado, que predominó en el mundo de las
abuelas, dejó de tener un sentido totalizador para esta generación.
Algunas de sus experiencias íntimas trascendieron el ámbito
familiar o estrictamente personal y se tornaron territorios más
abiertos a la influencia de los medios y a la coexistencia social. Si
las abuelas escasamente dialogaban con los agentes del conocimiento
especializado (sólo una de ellas hablaba directamente con los
médicos sin mediación alguna del marido u otra persona)
y sus referentes fundamentales eran los discursos y personajes religiosos
y familiares, las madres, aunque reflejan tales modelos, incorporaban
otros referentes además de los morales. Se aprecia un proceso
lento de secularización, en donde coexisten valores religiosos
con aspectos de la modernización cultural y se crea una mezcla
interesante, aunque tendente a preservar la moralidad internalizada.