En las hijas permanecen resabios del imaginario social de sus antecesoras en torno a la sexualidad. Sin embargo, las significaciones morales que las regían -productos de la influencia eclesial y religiosa- se desvanecen para emerger apuntaladas en las diferencias de género. Este dato no plantea la ruptura tajante entre una concepción y la otra, sino el posible deslizamiento de los significados religiosos a una nueva moralidad secularizada que en algunos asuntos perdura y orienta a estas mujeres en sentidos parecidos al de sus ascendientes. Es posible que este proceso de secularización mantenga valores morales que ahora se mezclan con concepciones de la cultura moderna, de los discursos especializados y de la legalidad jurídica sobre asuntos de sexualidad reproductiva. Por ello, es comprensible que las hijas pudieran ampliar y profundizar sobre asuntos del erotismo, el deseo y el placer de la sexualidad.

El discurso de las hijas se soporta en un derecho a saber sobre sexualidad y hasta dialogar sobre asuntos dentro de la pareja, aspectos prácticamente inexistentes para las abuelas y las madres. A su vez, la imagen del cuerpo ha dejado de sostenerse en la idea de un cuerpo sagrado o de trabajo. Aunque permanecen significaciones de una corporeidad sucia ligada con la animalidad, coexiste junto con esta idea la concepción de la sensualidad y la naturalidad biológica del organismo. Las hijas aluden a los preceptos de sus antecesoras como aquellas referencias que hay que subvertir, sin ser asumidas como verdades últimas.

Estas mujeres critican el énfasis puesto en calificar el cuerpo como obsceno y cuya finalidad última es provocar la insidia y lascivia masculina. En esta operación crítica, subyace una mirada laicizada que, de una u otra forma, está ligada a los discursos más liberales de la Iglesia. Un cuerpo biológico, representación de la naturaleza y de la creación divina, cuya materialidad es aceptada y por lo tanto no vergonzante. Un cuerpo digno por haber sido construido a imagen y semejanza del creador. Un cuerpo púdico que puede mostrarse en familia, a pesar de las diferencias sexuales, adultas e infantiles y cuya imagen no incita a la precocidad ni a la perversión. Por otra parte, emergen algunas referencias que pensamos se ligan con los significados construidos por la publicidad: el cuerpo objeto sexual o higienizado por los discursos especializados del deporte y la moda con el cual hay que compararse. No en vano, algunas de ellas, especialmente las más jóvenes, hablan de sus preocupaciones en torno a las medidas corporales y la necesidad de mantener su cuerpo dentro de las dimensiones estipuladas.

En esta generación se expresa claramente la diferencia en torno a la iniciación de las relaciones sexuales. A pesar de que algunas abuelas y madres huyeron con la pareja o fueron robadas antes de legalizar el vínculo, ninguna acepta haber tenido contacto sexual antes del matrimonio. En el caso de las hijas, cuatro de las siete entrevistadas iniciaron relaciones con anterioridad, aunque tres de ellas las cristalizaron en el matrimonio. Sólo una entrevistada, la más joven, comenzó sus vínculos con la intención de conocer al cortejante, con el que no mediaba propósito matrimonial sino de intercambio amoroso y deseos de probar la experiencia sexual. Es indudable que para estas mujeres la legalidad matrimonial continúa siendo el elemento fundamental sobre el que se finca la buena relación de pareja y el espacio adecuado para legalidad matrimonial continúa siendo el elemento fundamental sobre el que se finca la buena relación de pareja y el espacio adecuado para legitimar el vínculo sexual. Aunque esta situación expresa nuevos tipos de relación y una percepción distinta a las abuelas y las madres, las decisiones no están montadas en la racionalidad, ni en la estricta voluntad de las mujeres, es decir es su elección. Es significativo observar cómo las prácticas sexuales iniciales no son planteadas, y justamente esta condición es lo que las reivindica frente a ellas mismas y a los padres. La sexualidad no debe regirse por la planeación o el proyecto, sino ser motivo del azar, de los efectos y de las emociones. Si acontece como asunto de la naturaleza, en el sentido de la creación de Dios o de la efervescencia de los impulsos naturales, queda eximida de premeditación y por tanto de indignidad. Esta situación aventura la premisa, frecuentemente encontrada en otros estudios, que dicta que planear la sexualidad es indebido y que actuarla es condición humana.

A diferencia del proceso seguido por las abuelas y las madres, estas mujeres se miden moralmente con la imagen de la progenitora, a quien suponen dañar en sus afectos si infringen las normas. Su preocupación se relaciona, directamente, con la traición y deslealtad a los esfuerzos, desvelos y sufrimientos maternos, más que con las prohibiciones y prescripciones eclesiales o con la vigilancia social. Algunas de ellas deben reparar la falta "regenerándose", es decir, aceptando voluntariamente, y no bajo la presión de la sociedad, la vía de la legalidad matrimonial y la elección de un cónyuge decente y respetuoso, que pueda ser orgullo familiar.

En contraste con algunas abuelas y madres, quienes deseaban mejorar sus relaciones pero encontraban imposible modificar los patrones conyugales por la asimetría rígida existente, las hijas tienen condiciones para hacer cambios sin provocar sospechas en los cónyuges. Por lo menos tres de ellas toman parte más activa durante el contacto físico. No sólo mencionan el disfrute del orgasmo, sino el gusto por innovar y fomentar la creatividad prolongando los encuentros. Con lo anterior rompen el mito de que la sexualidad femenina se rige por el orden masculino y rescatan la expansión de la sensualidad femenina, sugiriendo que los mismos varones la adopten. Rehusan constreñirse a los patrones masculinos de la genitalidad, cuya expresión la sintetizan en la velocidad y la penetración inmediata. Proponen que la pareja se sume a su creatividad y soltura, dejando la velocidad y restricción de sus prácticas.

Es necesario destacar que si bien existe autorización en torno al deseo, placer y erotismo, ellos quedan acotados dentro de la esfera matrimonial de la pareja heterosexual. Varias de estas mujeres niegan contundentemente recurrir a la masturbación como una actividad sustituida o complementaria al encuentro sexual. El erotismo, mientras se practique dentro de las relaciones maritales, es autorizado y deja de contravenir las reglas de la moralidad cristiana, para tornarse un ámbito aceptado y necesario en las nuevas parejas.

A pesar de que persisten obstáculos para que las mujeres construyan y expresen sus propias modalidades sexuales, e incorporen en la relación su capacidad sensual y su sensibilidad, han creado prácticas resistenciales, que si bien anteriormente se habían centrado en el desarrollo de la capacidad amorosa, ahora parecen constituirse en otros contrapoderes. A pesar de las constricciones a las que han estado sometidas, han generado espacios de disfrute que las han sostenido y apuntalado con indudable fortaleza. El amor, para estas mujeres, sigue orientando el rumbo de la sexualidad. En la tercera generación se expresa el deseo de entretejerlo con el erotismo y el placer.

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